-- Sefardies y su Historia: Los Judíos en el Magreb

Los Judíos en el Magreb

Encuentro sefardí.
Daniel Torres Tear, vicepresidente de Tarbut Logroño, impartió el viernes 27 de noviembre una conferencia sobre el Panorama histórico de los judíos en el Magreb. Este acto formó parte de la primera Semana Cultural del Magreb, organizada por la Fundación Cultura y Comunicación. Daniel Torres nos remite el resumen de la ponencia que impartió en este foro, en la que hace un repaso a la historia de los judíos en el norte de África.
La historia de los judíos en África del Norte, coincide prácticamente con la creación de Cartago por los fenicios, hace 28 siglos.
Por lo tanto la historia de los judíos en el Magreb es la historia de una compleja simbiosis cultural. Esta zona se ha distinguido durante siglos por esa acusada heterogeneidad a todos los niveles. En el caso de su población judía esta multiculturalidad se presenta con tonos todavía más marcados. No en vano estas comunidades se han caracterizado a lo largo de su historia por lo que al historiador judéo-marroquí Haim Zafrani le gustaba llamar una "doble fidelidad" hacia la sociedad en que vivían y hacia el conjunto del mundo judío. La diferencia religiosa no impidió que durante siglos se produjese un constante intercambio de aportaciones culturales con la mayoría musulmana, ni tampoco que se forjasen unas complejas formas de convivencia, en donde los largos períodos de tolerancia, convivencia y de enriquecimiento mutuo se alternaban de tanto en cuando con otros más breves de hostilidad y persecución. Pero al mismo tiempo esta integración en el seno de la sociedad estuvo acompañada casi siempre de unos contactos también muy intensos con las comunidades judías, especialmente las sefardíes, desperdigadas por distintos lugares del mundo, que permitieron a los judíos magrebíes tomar parte en el desarrollo del pensamiento judaico mundial.
Como dijimos, esta es una historia que se ha extendido durante cerca de tres milenios. Sin embargo, esta larga historia parece haber llegado hoy a su fin. En las últimas décadas la emigración, mayoritariamente a Israel, pero también a Francia, España, Latinoamérica y Canadá, ha reducido estas comunidades prácticamente a la nada.
Marruecos llegó a contar en los años cuarenta con unos 300.000 ciudadanos de confesión judía
Por ejemplo, Marruecos llegó a contar en los años cuarenta con unos 300.000 ciudadanos de confesión judía, que conformaban la comunidad hebrea más importante de todo el mundo árabe; hoy apenas son unos cuantos miles. Son además en su mayoría personas de edad avanzada y cuyos hijos residen en parte fuera del país, con lo cual es de prever que en las próximas décadas su número disminuirá aún más. No obstante, a pesar de esto, la población judía de esta zona, y mas específicamente la de Marruecos, sigue disfrutando de una importante proyección pública, gracias a la presencia en distintos ámbitos de la vida social de una serie de figuras de primera línea.
Paralelamente, fuera del propio Marruecos, los judéo-magrebíes han conseguido también en buena medida preservar una identidad diferenciada, así como una cierta influencia social y cultural. En el seno del moderno Israel su peso demográfico es muy notable. Israel posee actualmente unos seis millones de habitantes, de los cuales unos cuatro millones y medio son inmigrantes judíos. De ellos, más de medio millón son de origen magrebí, cifra que equivale casi a un 15% de su población judía y a un 10% del total de su población.
Estamos ante un colectivo numéricamente importante, si bien víctima de una acusada marginación social. A pesar de esta marginación, han sabido conservar su idiosincrasia cultural, con el uso del árabe dialectal marroquí, el dariyya, y de sus ritos tradicionales.
Fuera de Israel, el peso de la diáspora judéo-magrebí es también digno de mención. Se acerca a las cuarenta mil personas en Canadá, las cien mil en Francia y suma varios miles en distintos lugares de Latinoamérica.
Haciendo un poco de historia, como se dijo antes, el origen de las comunidades judías en el norte de África se pierde en la noche de los tiempos. Sabemos que el asentamiento de judíos, es un proceso muy temprano, que se produce mucho antes del comienzo de la Era Cristiana.
Está atestiguada la presencia de una colonia judía en la isla egipcia de Elefantina durante el período Saíta y las crónicas nos cuentan que Ptolomeo Soter, el primero de los Lágidas, tras ocupar lo que hoy es Israel, deportó a Egipto a varios miles de judíos. Alejandría contó pronto con una elevada población hebrea y lo mismo ocurrió en la Cirenaica.
De este modo, la presencia judía en el norte de África resulta ser muy anterior al aplastamiento de las dos rebeliones judías contra Roma de los años 70-74 E.C. y 132-135 E.C.. Hay testimonios sobre el comercio que los Judíos de esta zona realizaban con los romanos del siglo IV antes de esta era.
Según ciertos autores, esta presencia de emigrantes judíos habría conducido a la integración religiosa de un importante sector de la población bereber circundante, hecho éste que se encontraría en el origen de esos bereberes de religión judía sobre los que tanto escribió Natham Schlauz, historiador de comienzos del siglo XX. Hay relatos transmitidos de forma oral donde se cuenta la historia sobre la célebre Kahina, la reina judeo-bereber de Ifrikiyya que habría liderado la resistencia contra los invasores árabes en el siglo VII. El hecho de que su historicidad pueda ser puesta en duda no ha sido obstáculo para que hoy sea reivindicada por los modernos movimientos berberistas.
En lo que respecta en concreto a Marruecos, las excavaciones arqueológicas han demostrado la existencia de comunidades judías en la antigua Volubilis, y cuyas ruinas se encuentran enclavadas cerca de la actual Meknes.
Fez fue ya desde la Edad Media no sólo uno de los grandes baluartes del pensamiento islámico, sino también un foco fundamental del pensamiento judío
Lo mismo parece haber ocurrido en Salé y en Tánger, ciudades también muy importantes durante este mismo período. Esta presencia judía es señalada asimismo por fuentes medievales tempranas. Nos cuentan que cuando Idris I se instaló en el área de la actual Fez, a finales del siglo VIII, gran parte de las tribus bereberes afincadas en la zona practicaban inicialmente el judaísmo antes de ser islamizadas. Del mismo modo, existen relatos, sobre cuya veracidad polemizan bastante los historiadores, que parecen apuntar hacia la existencia de una entidad política judía en el Draa y que algunos consideran que habría subsistido incluso hasta la irrupción de los Almorávides en el siglo XI.
Dejando aparte todos estos testimonios, está documentada la existencia de comunidades judías muy numerosas a lo largo de toda la Edad Media. Su vida cultural era asimismo muy activa. Fez fue ya desde la Edad Media no sólo uno de los grandes baluartes del pensamiento islámico, sino también un foco fundamental del pensamiento judío.
Igualmente, el contacto entre las comunidades judías del Magreb y las de Al-Andalus era incesante. Isaac Israelí , un judío egipcio asentado en la corte Aglabí en Túnez (850-932), elaboró en el siglo X una primera síntesis entre el pensamiento judío y el platónico de la que se servirían con posterioridad judíos andalusíes de la talla de Ibn Gabirol (1020-1058). Del mismo modo, el cordobés Musa ben Maymun, Maimónides, (1135-1204) dejó una profunda impronta en el pensamiento judío marroquí, y en el del resto del mundo, residiendo además en Fez durante su juventud, ciudad que ha conservado celosamente el recuerdo de su estancia.
Todas estas comunidades judías, ya numerosas, activas intelectualmente y relativamente prósperas, se vieron reforzadas a partir del siglo XIV con la masiva llegada de los judíos sefardíes, quienes escapaban del clima de persecución e intolerancia que se iba apoderando progresivamente de la Península Ibérica.
Ya en 1391 tuvieron lugar sangrientas persecuciones en Sevilla y en toda España incluyendo a Logroño. Parte de sus habitantes de religión judía se instalaron entonces en la ciudad marroquí de Debdou, en el noreste del país, cuya población fue mayoritariamente hebrea hasta la primera mitad del siglo XX.
El movimiento se prolongó durante todo un siglo, acelerándose en 1492, cuando los Reyes Católicos obligaron a elegir entre la expulsión o la conversión. Pero aún durante el siglo XVII Marruecos siguió acogiendo a muchos conversos que huían de la persecución inquisitorial. Esta emigración se solapó además en el tiempo con la de los musulmanes andalusíes.
Es digna de mención además la existencia de una coincidencia bastante notable entre las ciudades que acogieron a los musulmanes y a las que hicieron otro tanto con los judíos.
Un caso paradigmático fue el de Tetuán, ciudad refundada por exiliados granadinos, y en donde vino a afincarse asimismo una nutrida colonia sefardí, que llegó a suponer más de un 10% de su población. A causa del peso demográfico y el dinamismo económico e intelectual de esta colonia sefardí, Tetuán llegaría a ser conocida con el paso del tiempo como "La pequeña Jerusalém".
Esta coincidencia no fue casual. Venía dada por el hecho de que las localidades que atraían a judíos e hispano-musulmanes solían ser las más dinámicas económicamente, como los grandes centros urbanos y los puertos comerciales, así como, quizá también, por la existencia de ciertas redes sociales que ligaban a ambos colectivos entre sí y que propiciaban el que la instalación de los unos arrastrase la de los otros y viceversa.
De cualquier manera, parece que fueron varios miles los sefardíes que vinieron a sumarse a los ya numerosos judíos autóctonos. Se trató, pues, de un refuerzo demográfico decisivo. Aquí reside la razón de la presencia de tantos apellidos de origen español entre los judíos marroquíes, como Pariente, Pinto, Laredo y otros, no tan fácilmente visibles, como Serfaty, que es una marroquinización de la palabra “sefardí”.
Las comunidades judías surgidas de estos procesos migratorios tan complejos vinieron a conformar uno de los componentes fundamentales de esta sociedad.
Esta pluralidad de culturas se manifestaban en los más variados planos.
Por ejemplo, el idioma de uso diario de los judíos de esta zona era mayoritariamente el árabe dialectal marroquí, el dariyya, junto con el bereber en ciertas regiones.
Los judíos sefardíes de las localidades más septentrionales, como Tetuán, Larache, Tánger, Ksar el Kevir y otras, conservaron empero, como lengua de uso intracomunitario, el llamado hakitia, castellano sefardí enriquecido con numerosos arabismos.
En cambio, el campo de la liturgia y la judicatura eran dominio del hebreo, lengua que era manejada más por los letrados. Existía, así, una dicotomía semejante, aunque aún más acentuada, a la existente entre sus vecinos musulmanes entre el uso del árabe clásico en contextos de “cultos” y el de diversas formas dialectales árabes y bereberes para la vida cotidiana.
La filosofía judía medieval no se concibe sino en interacción con la que estaban desarrollando paralelamente los pensadores musulmanes
Asimismo, como la mayor parte de la población no entendía el hebreo, se desarrolló toda una literatura en judéo-árabe, integrada por homilías y por resúmenes y paráfrasis de los textos sagrados. Esta misma práctica también se dio, si bien en mucha menor cuantía, en el caso del bereber y del hakitia.
Toda esta literatura era redactada, no obstante, con caracteres hebreos.
En el plano de la alta cultura la imbricación entre judíos y musulmanes fue permanente a lo largo de la Edad Media. La filosofía judía medieval no se concibe sino en interacción con la que estaban desarrollando paralelamente los pensadores musulmanes.
Esta mismo se produjo asimismo en el caso de la poesía hebrea. En lo que se refiere en concreto a Marruecos, las formas poéticas y musicales introducidas por los sefardíes no dejan de ser una variedad de las desarrolladas en el Al Andalus por artistas musulmanes y judíos.
En lo que atañe a las creencias y ritos de naturaleza mágico-religiosa que impregnaban tradicionalmente una gran parte de la vida cotidiana de la población, las semejanzas entre musulmanes y judíos vuelven a aflorar de nuevo.
Para constatarlo, basta con consultar los valiosos trabajos etnográficos de Elias Malka (2003). Este autor, él mismo judío marroquí, nos muestra cómo sus correligionarios poseían, al igual que sus vecinos musulmanes, un temor muy arraigado al mal de ojo junto con un vasto repertorio de ritos encaminados a combatirlo. Creían igualmente en los genios y en su capacidad de producir enfermedades o fortuna, así como en los poderes protectores del hierro.
Otra manifestación consistía en la creencia difundida entre la población musulmana de Fes de que las rogativas de los judíos para pedir la lluvia en tiempos de sequía resultaban especialmente eficaces. De ahí que cuando la sequía se prolongase, les reprochasen el no estar siendo lo suficientemente fervorosos.
En muchos lugares se sobrepasó el nivel de la mera convivencia y se alcanzó el de las relaciones de amistad personal, reflejadas por la propia literatura oral
Uno de los fenómenos más interesante era la fiesta de la Mimuna. Consistía en una comida campestre que se celebra al concluir la Pascua judía. Era costumbre que los judíos ofrecieran platos deliciosos a sus vecinos y amigos musulmanes, como también lo era el que éstos les suministrasen previamente el género necesario para prepararlos. Se trataba, pues, de una manera muy sencilla de promover unas relaciones amigables entre las dos comunidades. Y es que de hecho en muchos momentos y en muchos lugares se sobrepasó el nivel de la mera convivencia y se alcanzó el de las relaciones de amistad personal, reflejadas por la propia literatura oral.
Esta rica simbiosis cultural se veía favorecida por la existencia de un marco jurídico que, cuando se aplicaba, lo cual no siempre fue el caso, garantizaba la convivencia entre las dos comunidades, haciendo posible una fructífera interacción entre ambas.
Más en concreto, de acuerdo con la Sharia, los judíos establecidos en tierra musulmana disfrutaban, al igual que los cristianos, del estatuto de dimmis, de “protegidos”. En virtud de este estatuto jurídico constituían una comunidad sometida a la comunidad hegemónica, es decir, la musulmana.
Esta sumisión les garantizaba su seguridad personal y la de sus propiedades, permitiéndoseles practicar libremente su religión, así como organizarse de un modo bastante autónomo, aplicando su propio derecho para dirimir sus conflictos internos. En contrapartida, debían pagar la yizia o capitación personal, y no podían bajo ningún concepto atentar contra sus gobernantes, ni les estaba permitido hacer proselitismo religioso entre los musulmanes.
A menudo se establecían también otras exigencias, como las de no portar armas de manera ostentosa, practicar su religión con discreción e incluso no caminar por el lado derecho de la calle, ni montar en caballos, sino sólo en mulas.
Tal y como podemos constatar, no existía en modo alguno una situación de igualdad jurídica entre judíos y musulmanes, sino sólo una suerte de sumisión pactada, que garantizaba una tolerancia desde la superioridad. Este tipo de situaciones se prestan, a una valoración dispar, dependiendo de con qué las comparemos.
Los judíos no sólo buscaron refugio en tierra islámica cuando fueron perseguidos en la Península Ibérica, sino que además llegaron a veces a referirse a los musulmanes como sus aliados y protectores.
Si las contraponemos a la idea de igualdad entre todas las personas, sin distinción de raza, sexo y religión, que se ha ido abriendo paso en los últimos siglos, resulta evidente que los judíos en tierra musulmana eran víctimas de una política discriminatoria, pero si la comparamos, en cambio, en su contexto, con la inseguridad permanente que vivían en tierra cristiana, y con las persecuciones y matanzas que les azotaban, su situación bajo el poder musulmán resulta por contraste muy favorable.
De hecho, los judíos fueron a menudo conscientes de esta diferencia. No sólo buscaron refugio en tierra islámica cuando fueron perseguidos en la Península Ibérica, sino que además llegaron a veces a referirse a los musulmanes como sus aliados y protectores.
Pero un judío por muy rico y poderoso que fuese no podía ser nunca soberano. Dependía siempre de un señor musulmán, al que serviría seguramente con más lealtad que los notables de su misma religión, ya que éstos en un momento dado podían agrupar en torno suyo a una coalición de seguidores, a fin de hacerse con un mayor poder y autonomía e incluso, auparse quizá hasta la cumbre de la jerarquía política.
El judío era, en palabras de Lévy, “políticamente neutro”; se hallaba excluido de las luchas por el poder político directo. De este modo, la utilización de los judíos como auxiliares privilegiados, constituía una estrategia convergente con la costumbre también muy difundida en las sociedades del Islam clásico, y no sólo en ellas, de encomendar funciones elevadas a esclavos, incluidos los eunucos, así como a extranjeros desarraigados.
Estas posiciones de relativo privilegio a las que ascendían ciertos judíos suscitaban por contra la antipatía de numerosos musulmanes, quienes no podían ver con buenos ojos este trato de favor cuando ellos mismos vivían azotados por la penuria y la inseguridad.
A este primer inconveniente se añadía además el hecho de que la hostilidad contra estos judíos privilegiados constituía a menudo un medio de atentar indirectamente contra sus protectores musulmanes, con quienes gran parte de la población se encontraba enfrentada.
Todos estos factores propiciaban en ocasiones un agudo deterioro de la convivencia.
Tampoco las garantías establecidas en la Sharia podían siempre plasmarse en la práctica, por cuanto, por ejemplo, el Marruecos precolonial era una sociedad marcada por una inestabilidad crónica, en donde las sublevaciones y las guerras civiles se sucedían casi sin tregua.
Siempre que era éste el caso, la población urbana podía quedar expuesta a los saqueos de las tribus insurrectas y entonces los judíos se convertían en una víctima ideal, al aunar la debilidad militar con una relativa prosperidad económica.
Esto nos enseña que la suerte del judío dependía tanto de la mejor o peor predisposición del gobernante de turno, como de la capacidad del mismo para imponerse sobre esos grupos tribales tan turbulentos y tan propensos al saqueo.
No nos sorprende entonces el que cuando los cronistas querían demostrar que durante el gobierno de tal o cual soberano reinó la paz y la seguridad, soliesen escribir que durante su reinado los judíos vivían sin miedo a ser asaltados y se podían desplazar libremente sin que nadie se atreviese a molestarlos.
Pero la debilidad de las autoridades no era, sin embargo, la única amenaza que se cernía sobre estos judíos.
A veces la predicación anti-judía se convertía en una poderosa arma para aquellos mercaderes que pretendían disputarles los lucrativos monopolios que detentaban en su poder. Esto es lo que hizo Al Maguili en el oasis de Tuat durante el siglo XV.
Pero la mayoría del clero musulmán se alzó en su contra.
Igualmente los musulmanes más rigoristas no podían dejar de mostrarse hostiles hacia esa minoría que llevaba siglos resistiéndose a convertirse al Islam. En ocasiones esta hostilidad desembocaba en la persecución abierta, como ocurrió bajo los Almohades.
En el marco de esta política de protección y control de los judíos aplicada por la mayoría de los soberanos, se fue tendiendo progresivamente a reagruparlos en ciertos barrios segregados del resto de la ciudad, llamados, por ejemplo, melah en Marruecos.
Semejantes reagrupamientos se realizaban a veces por decreto, forzando a los judíos a cambiar de residencia, tal y como obró Muley Suleiman, a quien ya nos hemos referido, en 1808 cuando acantonó a los judíos de Tetuán en lo que habría de ser a partir de entonces su judería.
Ante la discriminación jurídica que padecían, y ante la inseguridad física que a veces la acompañaba, no es de extrañar que parte de la población judía se sintiese tentada por la conversión al Islam.
Las conversiones ocurrían desde luego en momentos de persecución, pero también cuando la convivencia era buena, por lo que ciertos judíos, en diferentes épocas, acababan integrándose en la sociedad musulmana de un modo casi natural.
Las similitudes entre las dos religiones favorecían además este proceso.
El judío podía abrazar el Islam sin tener que renunciar a toda su anterior visión del mundo
Los musulmanes reconocen como profetas a la mayoría de las figuras de la Torah y ambas religiones tienen en común su carácter globalizante (nó en conversión, para con el judaísmo), su frecuente ritualismo, su dependencia de un libro sagrado y el papel de guías que se otorga a los letrados que lo interpretan. No se trataba, pues, en modo alguno, de dos universos ideológicos absolutamente extraños.
El judío podía abrazar el Islam sin tener que renunciar a toda su anterior visión del mundo, más aún cuando, como hemos visto, se compartía en gran parte una misma cultura popular pero no el mismo “dios”; y ahí reside siempre la diferencia.
Fuese por una razón o por otra, las conversiones eran pues frecuentes en ciertos momentos y ello dio origen, al igual que en el contexto hispánico, a la aparición de la figura del converso.
Más allá de los esporádicos episodios de violencia y del permanente riesgo de la asimilación religiosa, la historia del judaísmo magrebí se vio también marcada por una intensa movilidad geográfica dentro y fuera del país.
Familias enteras se desplazaban de una región a otra, al tiempo que ciertos individuos se trasladan al extranjero de manera temporal o permanente. En cuanto a la movilidad interna, sus causas eran diversas, desde los propios imperativos de la actividad comercial hasta la necesidad de huir de las revueltas, las hambrunas y las epidemias. Pero también a menudo eran los soberanos quienes transferían a la población judía de una región a otra, o de una ciudad a otra. Los desplazamientos de amplios sectores de la población a través de largas distancias fueron una constante.
Existía otro caso que era el incentivar su emigración a ciertos lugares, ya que la presencia judía se tenía por muy benéfica a causa de su actividad comercial y artesanal. Fue así como obró en 1784 Mohammed ben Abdallah, cuando hizo de Essauira el gran puerto comercial del sur de Marruecos y atrajo, mediante exenciones de impuestos, a un gran número de mercaderes judíos, de los cuales tenía urgente necesidad.
De cara al exterior, se mantenían relaciones muy intensas con las comunidades judías, especialmente sefardíes, dispersas por todo el área mediterránea. Como veremos más adelante, a lo largo del siglo XIX estas redes de contactos se fueron ampliando además hasta abarcar varios continentes.
Con el paso de los siglos, acabaron conformándose así pequeñas comunidades, integradas fundamentalmente por rabinos, cuya permanente dedicación al estudio de las ciencias religiosas hacía de ellos unos auténticos guías espirituales para el conjunto del mundo judío. De ahí precisamente que fuese vital preservar el contacto con ellos.
Pequeños contingentes de judíos de todo el orbe viajaban para instalarse en estas comunidades de un modo provisional o definitivo y existían también unos personajes enormemente interesantes, conocidos como los “rabinos emisarios”. Se trataba de rabinos de estas escuelas que viajaban por las distintas juderías, transmitiéndoles sus novedades doctrinales y velando por que no se apartasen de lo que consideraban el auténtico judaísmo. Fue de este modo, por ejemplo, como acabaron encontrando un gran arraigo en Marruecos las doctrinas cabalísticas de la escuela de Isaac Luria El Askenazi, rabino del siglo XVI establecido en Safed.
Aunque intensa y en ocasiones turbulenta, la vida de los judíos discurrió durante siglos dentro de unos marcos más o menos estables y predecibles. Este relativo inmovilismo comenzó a verse alterado a partir del siglo XIX, cuando se precipitó un proceso de cambio social acelerado y a menudo traumático en la región. Estas transformaciones tan radicales no emergieron del seno de la propia sociedad, sino que fueron inducidas por la presencia cada vez más agresiva de las potencias coloniales europeas.
En el curso de este proceso, que se extendió durante más de un siglo, estas potencias supieron aprovecharse del acusado y supuesto “retraso económico” y de las interminables disputas entre sus habitantes para colocarlo progresivamente bajo su control.
Los hombres de negocios judíos asentados en las grandes ciudades y en los puertos comerciales constituyeron un elemento fundamental dentro de esta estrategia foránea de dislocación de la sociedad mediante la alianza con determinados poderes locales, y ello debido al concurso de diversos factores:
-En primer lugar, sus habilidades comerciales los convertían en unos excelentes socios para los negocios.
-A ello se añadían sus redes de contactos dentro y fuera del país, gracias a sus vínculos con las otras comunidades judías. De modo particular, sus contactos con los hebreos instalados en otros países hacían de ellos unos excelentes intermediarios entre las casas comerciales europeas y su propia sociedad.
Este entendimiento con los europeos era facilitado además por el dominio del castellano por parte de la población sefardí.
-Y junto a todo ello, su condición de grupo diferenciado y sometido a una relativa marginación les hacía sentirse al mismo tiempo menos leales hacia su propia sociedad y más predispuestos a recabar apoyos exteriores a fin de alcanzar una mayor promoción personal.
Son muchos los lugares y los momentos en los que los poderes coloniales han tendido a apoyarse en minorías anteriormente discriminadas.
Se gestó además por esa misma época en España un fuerte interés por los sefardíes, a los que se veía como una suerte de hijos pródigos - pródigos a la fuerza - que ahora volvían a encontrarse con su antigua patria.
Pero no era romanticismo...Se buscaba en ellos un aliado con vistas a un eventual asentamiento permanente en la zona. Durante las décadas siguientes, la emigración no dejó de intensificarse. En el caso concreto de las juderías de Tetuán, la emigración a Sudamérica, especialmente a Venezuela, pero también a Buenos Aires, e incluso a la Amazonía brasileña, condujo a la fundación de colonias que han perdurado hasta el día de hoy.
De este modo, pese a todos los avatares sufridos, el componente judaico de la sociedad magrebí permanece activo en el mundo y es de esperar que pueda seguir realizando nuevas contribuciones al patrimonio cultural de la humanidad.
FUENTES:
Papeles Ocasionales - LAS COMUNIDADES JUDIAS DE MARRUECOS. ENTRE LA CONVIVENCIA Y LA MARGINALIDAD - Juan Ignacio Castien Maestro -Dpto. de Psicología Social (UCM)


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